miércoles, 16 de febrero de 2011

Peter Pan (V)

Con la colaboración de http://www.atma-psicologia.com/
J.M. Barrie.

5. La isla hecha realidad

Al sentir que Peter regresaba, el País de Nunca jamás revivió de nuevo. Deberíamos emplear el pluscuamperfecto y decir que había revivido, pero revivió suena mejor y era lo que siempre empleaba Peter.
Normalmente durante su ausencia las cosas están tranquilas. Las hadas duermen una hora más por la mañana, los animales se ocupan de sus crías, los pieles rojas se hartan de comer durante seis días con sus noches y cuando los piratas y los niños perdidos se encuentran se limitan a sacarse la lengua. Pero con la llegada de Peter, que aborrece el letargo, todos se ponen en marcha otra vez: si entonces pusierais la oreja contra el suelo, oiríais cómo la isla bulle de vida.
Esta noche, las fuerzas principales de la isla estaban ocupadas de la siguiente manera. Los niños perdidos estaban buscando a Peter, los piratas estaban buscando a los niños perdidos, los pieles rojas estaban buscando a los piratas y los animales estaban buscando a los pieles rojas. Iban dando vueltas y más vueltas por la isla, pero no se encontraban porque todos llevaban el mismo paso.
Todos querían sangre salvo los niños, a quienes les gustaba por lo general, pero esta noche iban a recibir a su capitán. Los niños de la isla varían, claro está, en número, según los vayan matando y cosas así y cuando parece que están creciendo, lo cual va en contra de las reglas, Peter los reduce, pero en esta ocasión había seis, contando a los Gemelos como si fueran dos. Hagamos como si nos echáramos aquí entre las cañas de azúcar y observémoslos mientras pasan sigilosamente en fila india, cada uno con la mano sobre su cuchillo.
Peter les tiene prohibido que se parezcan a él en lo más mínimo y van vestidos con pieles de osos cazados por ellos mismos, con las que quedan tan redondeados y peludos que cuando se caen, ruedan. Por ello han conseguido llegar a andar con un paso muy firme.
El primero en pasar es Lelo, no el menos valiente, pero sí el más desgraciado de toda esa intrépida banda. Había corrido menos aventuras que cualquiera de los demás, porque las cosas importantes ocurrían siempre justo cuando él ya había doblado la esquina: por ejemplo, todo estaba tranquilo y entonces él aprovechaba la oportunidad para alejarse y reunir unos palos para el fuego y cuando volvía los demás ya estaban limpiando la sangre. La mala suerte había dado una expresión de suave melancolía a su rostro, pero en lugar de agriarle el carácter se lo había endulzado, de forma que era el más humilde de los chicos. Pobre y bondadoso Lelo, esta noche te amenaza un peligro. Ten cuidado, no vaya a ser que se te ofrezca ahora una aventura, que, si la aceptas, te traiga un terrible infortunio. Lelo, el hada Campanilla, que esta noche está resuelta a provocar daños, está buscando un instrumento y piensa que tú eres el chico que más fácilmente se deja engañar. Cuidado con Campanilla.
Ojalá nos pudiera oír, pero nosotros no estamos realmente en la isla y él pasa de largo, mordisqueándose los nudillos. A continuación viene Avispado, alegre y jovial, seguido de Presuntuoso, que corta silbatos de los árboles y baila entusiasmado al son de sus propias melodías. Presuntuoso es el más engreído de los chicos. Se cree que recuerda los tiempos de antes de que se perdiera, con sus modales y costumbres y esto hace que mire a todo el mundo por encima del hombro. Rizos es el cuarto: es un pillo y ha tenido que entregarse tantas veces cuando Peter decía con severidad: «El que haya hecho esto que dé un paso al frente», que ahora ante la orden da un paso al frente automáticamente, lo haya hecho él o no. Los últimos son los gemelos, a quienes no se puede describir porque seguro que describiríamos al que no es. Peter no sabía muy bien lo que eran gemelos y a su banda no se le permitía saber nada que él no supiera, de forma que estos dos no eran nunca muy claros al hablar de sí mismos y hacían todo lo que podían por resultar satisfactorios manteniéndose muy juntos como pidiendo perdón.
Los chicos desaparecen en la oscuridad y al cabo de un rato, pero no muy largo, ya que las cosas ocurren deprisa en la isla, aparecen los piratas siguiendo su rastro. Los oímos antes de verlos y siempre es la misma canción terrible:

                           Jalad, izad, pongámonos al pairo,
                           al abordaje saltemos
                           y si un tiro nos separa,
                           ¡allá abajo nos veremos!

Jamás colgó en hilera en el Muelle de las Ejecuciones (Muelle de Wapping donde eran ejecutados los marinos criminales.) una banda de aire más malvado. Aquí, algo adelantado, inclinando la cabeza hacia el suelo una y otra vez para escuchar, con los grandes brazos desnudos y las orejas adornadas con monedas de cobre, llega el guapo italiano Cecco, que grabó su nombre con letras de sangre en la espalda del alcaide de la prisión de Gao. Ese negro gigantesco que va detrás de él ha tenido muchos nombres desde que dejara ése con el que las madres morenas siguen aterrorizando a sus hijos en las riberas del Guidjo-mo. He aquí a Bill Jukes, tatuado de arriba a abajo, el mismo Bill Jukes al que Flint, a bordo del Walrus, propinara seis docenas de latigazos antes de que aquél soltara la bolsa de moidores 1; y Cookson, de quien se dice que era hermano de Murphy el Negro (aunque esto nunca se probó); y el caballero Starkey, en otros tiempos portero de un colegio privado y todavía elegante a la hora de matar; y Claraboyas (Claraboyas de Morgan); y Smee, el contramaestre irlandés, un hombre curiosamente afable que acuchillaba, como si dijéramos, sin ofender y era el único disidente 2 de la tripulación de Garfio; y Noodler, cuyas manos estaban colocadas al revés; y Robert Mullins y Alf Mason y muchos otros rufianes bien conocidos y temidos en el Caribe.
En medio de ellos, la joya más negra y más grande de aquel siniestro puñado, iba reclinado James Garfio, o, según lo escribía él, Jas. Garfio, del cual se dice que era el único hombre a quien el Cocinero 3 temía. Estaba cómodamente echado en un tosco carruaje tirado y empujado por sus hombres y en lugar de mano derecha tenía el garfio de hierro con el que de vez en cuando los animaba a apretar el paso. Como a perros los trataba y les hablaba este hombre terrible y como perros lo obedecían ellos. De aspecto era cadavérico y cetrino y llevaba el pelo en largos bucles, que a cierta distancia parecían velas negras y daban un aire singularmente amenazador a su amplio rostro. Sus ojos eran del azul del nomeolvides y profundamente tristes, salvo cuando le clavaba a uno el garfio, momento en que surgían en ellos dos puntos rojos que se los iluminaban horriblemente. En cuanto a los modales, conservaba aún algo de gran señor, de forma que incluso lo destrozaba a uno con distinción y me han dicho que tenía reputación de raconteur. Nunca resultaba más siniestro que cuando se mostraba todo cortés, lo cual es probablemente la mejor prueba de educación, y la elegancia de su dicción, incluso cuando maldecía, así como la prestancia de su porte, demostraban que no era de la misma clase que su tripulación. Hombre de valor indómito, se decía de él que lo único que lo atemorizaba era ver su propia sangre, que era espesa y de un color insólito. En su vestimenta imitaba un poco los ropajes asociados al nombre de Carlos II, por haber oído decir en un período anterior de su carrera que tenía un extraño parecido con los desventurados Estuardo y en los labios llevaba una boquilla de su propia invención que le permitía fumar dos cigarros a la vez. Pero indudablemente la parte más macabra de él era su garfio de hierro.
Matemos ahora a un pirata, para mostrar el método de Garfio. Claraboyas servirá. Al pasar, Claraboyas da un torpe bandazo contra él, descolocándole el cuello de encaje: el garfio sale disparado, se oye un desgarrón y un chillido, luego se aparta el cuerpo de una patada y los piratas siguen adelante. Ni siquiera se ha quitado los cigarros de la boca.
Así es el hombre terrible al que se enfrenta Peter Pan. ¿Quién ganará?
Tras los pasos de los piratas, deslizándose en silencio por el sendero de la guerra, que no es visible para ojos inexpertos, llegan los pieles rojas, todos ellos ojo avizor. Llevan tomahawks y cuchillos y sus cuerpos desnudos relucen de pintura y aceite. Atadas a la cintura llevan cabelleras, tanto de niños como de piratas, ya que son la tribu piccaninny y no hay que confundirlos con los delawares o los hurones, más compasivos. En vanguardia, a cuatro patas, va Gran Pantera Pequeña, un valiente con tantas cabelleras que en su postura actual le impiden un poco avanzar. En retaguardia, el puesto de mayor peligro, va Tigridia, orgullosamente erguida, princesa por derecho propio. Es la más hermosa de las Dianas morenas y la beldad de los piccaninnis, coqueta, fría y enamoradiza por turnos: no hay un solo valiente que no quisiera a la caprichosa por mujer, pero ella mantiene a raya el altar con un hacha. Mirad cómo pasan por encima de ramitas secas sin hacer el más mínimo ruido. Lo único que se oye es su respiración algo jadeante. La verdad es que en estos momentos están todos un poco gordos después de las comilonas, pero ya perderán peso a su debido tiempo. Por ahora, sin embargo, esto constituye su mayor peligro.
Los pieles rojas desaparecen como han llegado, como sombras y pronto ocupan su lugar los animales, una procesión grande y variada: leones, tigres, osos y las innumerables criaturas salvajes más pequeñas que huyen de ellos, ya que todas las clases de animales y, en particular, los devoradores de hombres, viven codo con codo en la afortunada isla. Llevan la lengua fuera, esta noche tienen hambre.
Cuando ya han pasado, llega el último personaje de todos, un gigantesco cocodrilo. No tardaremos en descubrir a quién está buscando.
El cocodrilo pasa, pero pronto vuelven a aparecer los chicos, ya que el desfile debe continuar indefinidamente hasta que uno de los grupos se pare o cambie el paso. Entonces todos se echarán rápidamente unos encima de otros.
Todos vigilan atentamente el frente, pero ninguno sospecha que el peligro pueda acercarse sigilosamente por detrás. Esto demuestra lo real que era la isla.
Los primeros en romper el círculo móvil fueron los chicos. Se tiraron sobre el césped, junto a su casa subterránea. -Ojalá volviera Peter -decía cada uno de ellos con nerviosismo, aunque en altura y aún más en anchura eran todos más grandes que su capitán.
-Yo soy el único que no tiene miedo de los piratas -dijo Presuntuoso en ese tono que le impedía ser apreciado por todos, pero quizás un ruido lejano lo inquietara, pues añadió a toda prisa-, pero ojalá volviera y nos dijera si ha averiguado algo más sobre Cenicienta.
Se pusieron a hablar de Cenicienta y Lelo estaba seguro de que su madre debía de haber sido muy parecida a ella.
Sólo en ausencia de Peter podían hablar de madres, ya que había prohibido el tema diciendo que era una tontería.
-Lo único que recuerdo de mi madre -les dijo Avispado-, es que le decía a papá con frecuencia: «Oh, ojalá tuviera mi propio talonario de cheques.» No sé qué es un talonario de cheques, pero me encantaría darle uno a mi madre.
Mientras hablaban oyeron un ruido lejano. Vosotros o yo, al no ser criaturas salvajes del bosque, no habríamos oído nada, pero ellos sí lo oyeron y era la espeluznante canción:

                           Viva, viva la vida del pirata,
                           un cráneo y dos tibias en la bandera.
                           Viva la alegría y una buena soga
                           y viva el buen Satán que nos espera.

Al instante los niños perdidos... ¿pero dónde están? Ya no están ahí. Unos conejos no podrían haber desaparecido más rápido.
Os diré dónde están. Con excepción de Avispado, que ha salido corriendo para explorar, ya están en su casa subterránea, una residencia muy agradable de la que pronto veremos muchas cosas. ¿Pero cómo han llegado a ella? Porque no se ve ninguna entrada, ni siquiera un montón de matojos que, si se apartaran, revelarían la boca de una cueva. Sin embargo, mirad con atención y puede que os deis cuenta de que hay aquí siete grandes árboles, cada uno con un agujero en el tronco hueco tan grande como un niño. Estas son las siete entradas a la casa subterránea, que Garfio ha estado buscando en vano durante tantas lunas. ¿La encontrará esta noche?
Mientras los piratas avanzaban, la rápida mirada de Starkey descubrió a Avispado que desaparecía en el bosque y al momento su pistola brilló en la oscuridad. Pero una garra de hierro lo aferró del hombro.
-Capitán, suélteme -exclamó, retorciéndose.
Ahora por primera vez oímos la voz de Garfio. Era una voz negra.
-Primero guarda esa pistola -dijo amenazadoramente.
-Era uno de los chicos que usted odia. Lo podría haber matado de un tiro.
-Sí y el ruido habría hecho que los pieles rojas de Tigridia cayeran sobre nosotros. ¿Es que quieres perder la cabellera?
-Capitán, ¿voy detrás de él -preguntó el patético Smee-, y le hago cosquillas con Johnny Sacacorchos?
Smee ponía nombres agradables a todo y su sable era Johnny Sacacorchos, porque lo retorcía en la herida. Se podrían mencionar muchos rasgos encantadores de Smee. Por ejemplo, después de matar, eran sus gafas lo primero que limpiaba en vez de su arma.
-Johnny es un chico silencioso -le recordó a Garfio.
-Ahora no, Smee -dijo Garfio tenebrosamente-. Sólo es uno y quiero acabar con los siete. Dispersaos y buscadlos.
Los piratas desaparecieron entre los árboles y al cabo de un momento su capitán y Smee se quedaron solos. Garfio soltó un profundo suspiro y no sé por qué fue, quizás fuera por la delicada belleza de la noche, pero el caso es que lo invadió el deseo de confiar a su fiel contramaestre la historia de su vida. Habló largo y tendido, pero de qué se trataba Smee, que era bastante estúpido, no tenía ni idea.
Por fin oyó el nombre de Peter.
-Sobre todo -decía Garfio con pasión-, quiero a su capitán, Peter Pan. Fue él quien me cortó el brazo.
Agitó el garfio amenazadoramente.
-He esperado mucho para estrecharle la mano con esto. Ah, lo haré pedazos.
-Pero -dijo Smee-, yo he oído a usted decir muchas veces que ese garfio valía por veinte manos, para peinarse y otros usos domésticos.
-Sí -contestó el capitán-, si yo fuera madre rezaría por que mis hijos nacieran con esto en vez de eso.
Y echó una mirada de orgullo a su mano de hierro y una de desprecio a la otra. Luego volvió a fruncir el ceño. -Peter le echó mi brazo -dijo, estremeciéndose- a un cocodrilo que pasaba por allí.
-Ya he notado -dijo Smee- su extraño temor a los cocodrilos.
-A los cocodrilos no -le corrigió Garfio-, sino a ese cocodrilo.
Bajó la voz.
-Le gustó tanto mi brazo, Smee, que me ha seguido desde entonces, de mar en mar y de tierra en tierra, relamiéndose por lo que queda de mí.
-En cierto modo -dijo Smee-, es una especie de cumplido.
-No quiero cumplidos de esa clase -soltó Garfio con petulancia-. Quiero a Peter Pan, que fue quien hizo que ese bicho me tomara gusto.
Se sentó en una gran seta y habló con voz temblorosa. -Smee -dijo roncamente-, ese cocodrilo ya me habría comido a estas horas, pero por una feliz casualidad se tragó un reloj que hace tic tac en su interior y por eso antes de que me pueda alcanzar oigo el tic tac y salgo corriendo.
Se echó a reír, pero con una risa hueca.
-Algún día -dijo Smee-, el reloj se parará y entonces lo cogerá.
Garfio se humedeció los labios resecos.
-Sí -dijo-, ése es el temor que me atormenta.
Desde que se sentó se había estado sintiendo extrañamente acalorado.
-Smee -dijo-, este asiento está caliente.
Se levantó de un salto.
-Por mil diablos tuertos, que me quemo.
Examinaron la seta, que era de un tamaño y una solidez desconocidos en el mundo real; intentaron arrancarla y se quedaron con ella en las manos al instante, pues no tenía raíces. Y lo que es más raro, al momento comenzó a salir humo. Los piratas se miraron el uno al otro.
-¡Una chimenea! -exclamaron los dos.
Efectivamente, habían descubierto la chimenea de la casa subterránea. Los chicos tenían por costumbre taparla con una seta cuando había enemigos en las cercanías.
No sólo salía humo por ella. También se oían voces de niños, pues tan seguros se sentían los chicos en su escondrijo que estaban charlando alegremente. Los piratas escucharon ceñudos y luego volvieron a colocar la seta. Miraron a su alrededor y vieron los agujeros de los siete árboles.
-¿Ha oído que decían que Peter Pan no está en casa? -susurró Smee, jugueteando con Johnny Sacacorchos.
Garfio asintió. Se quedó largo rato ensimismado y por fin una sonrisa helada le iluminó la cara morena. Smee la había estado esperando.
-Desembuche su plan, capitán -exclamó ansioso. -Regresar al barco -repitió Garfio despacio y entre dientes-, y hacer un opíparo pastelón bien espeso con azúcar verde por encima. Sólo puede haber una habitación allí abajo, porque hay una sola chimenea. Esos estúpidos topos no han tenido la inteligencia de darse cuenta de que no necesitaban una puerta por persona. Eso demuestra que no tienen madre. Dejaremos el pastel en la orilla de la laguna de las sirenas. Estos chicos siempre están nadando allí, jugando con las sirenas. Encontrarán el pastel y lo engullirán, porque, al no tener madre, no saben lo peligroso que es comer un pastel pesado y húmedo.
Estalló en carcajadas, no una risa hueca esta vez, sino una risa auténtica.
-Ja, ja, ja, morirán.
Smee había estado escuchando con creciente admiración.
-Es el plan más malvado y más bonito que he oído nunca -exclamó y se pusieron a bailar y cantar entusiasmados:

                           Quietos cuando yo aparezco,
                           por miedo a ser atrapados;
                           nada os queda en los huesos
                           si Garfio os tiene enganchados.

Empezaron la estrofa, pero no llegaron a terminarla, pues se oyó otro ruido que les hizo callar. Al principio era un sonido tan débil que una hoja podría haber caído sobre él y haberlo ahogado, pero al ir acercándose se fue haciendo más fuerte.
Tic tac, tic tac.
Garfio se detuvo tembloroso, con un pie en el aire.
-El cocodrilo -dijo con voz entrecortada y salió huyendo, seguido de su contramaestre.
Efectivamente era el cocodrilo. Había adelantado a los pieles rojas, que ahora seguían el rastro de los otros piratas. Siguió deslizándose en pos de Garfio.
Una vez más los chicos salieron a la superficie, pero los peligros de la noche no se habían terminado aún, pues al poco rato se presentó Avispado corriendo sin aliento, perseguido por una manada de lobos. Los perseguidores llevaban la lengua fuera; sus aullidos eran espantosos.
-¡Salvadme, salvadme! -gritó Avispado, cayendo al suelo.
-¿Pero qué podemos hacer, qué podemos hacer?
Fue un gran cumplido para Peter el que en ese angustioso momento sus pensamientos se volvieran hacia él.
-¿Qué haría Peter? -exclamaron simultáneamente. Casi al mismo tiempo añadieron:
-Peter los miraría por entre las piernas. Y luego:
-Hagamos lo que haría Peter.
Es la forma más eficaz de desafiar a los lobos y como un solo chico se inclinaron y miraron por entre las piernas. El momento siguiente parece eterno, pero la victoria llegó rápido, ya que cuando los chicos avanzaron hacia ellos en esta terrible postura, los lobos agacharon el rabo y huyeron.
Entonces Avispado se levantó del suelo y los otros creyeron que sus ojos desorbitados seguían viendo a los lobos. Pero no eran lobos lo que veía.
-He visto una cosa maravillosísima -exclamó cuando se agruparon a su alrededor impacientes-. Un gran pájaro blanco. Viene volando hacia aquí.
-¿Qué clase de pájaro crees que es?
-No sé -dijo Avispado perplejo-, pero parece cansadísimo y mientras vuela va gimiendo: «Pobre Wendy.»
-Recuerdo -dijo Presuntuoso al instante- que hay unos pájaros que se llaman Wendy.
-Mirad, ahí viene -gritó Rizos, señalando a Wendy en el cielo.
Wendy ya estaba casi sobre ellos y podían oír su quejido lastimero. Pero más clara se oía la estridente voz de Campanilla. La celosa hada ya había abandonado su fachada amistosa y se lanzaba contra su víctima por todas direcciones, pellizcándola salvajemente cada vez que la tocaba.
-Hola, Campanilla -gritaron los maravillados niños.
La réplica de Campanilla resonó con fuerza:
-Peter quiere que matéis a la Wendy.
No entraba en su forma de ser hacer preguntas cuando Peter daba órdenes.
-Hagamos lo que Peter desea -gritaron los ingenuos chicos-. Deprisa, arcos y flechas.
Todos menos Lelo bajaron de un salto por sus árboles. Él tenía consigo un arco y una flecha y Campanilla se dio cuenta y se frotó las manitas.
-Deprisa, Lelo, deprisa -chilló-. Peter se pondrá muy contento.
Lelo puso emocionado la flecha en el arco.
-Aparta, Campanilla -gritó y luego disparó y Wendy cayó revoloteando al suelo con un dardo en el pecho.
1. Moidore: antigua moneda de oro portuguesa.
2. Disidente: miembro de la religión protestante opuesto a los criterios de la Iglesia establecida de Inglaterra.
3. Cocinero: es el mismo Barbacoa mencionado más arriba. Posiblemente, ambos nombres se refieren a John Silver el Largo, el famoso pirata de La isla del tesoro, de R. L. Stevenson.

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martes, 15 de febrero de 2011

Peter Pan (IV)

Con la colaboración de http://www.atma-psicologia.com/

J.M. Barrie

4. El vuelo

La segunda a la derecha y todo recto hasta la mañana. Ése, según le había dicho Peter a Wendy, era el camino hasta el País de Nunca Jamás, pero ni siquiera los pájaros, contando con mapas y consultándolos en las esquinas expuestas al viento, podrían haberlo avistado siguiendo estas instrucciones. Es que Peter decía lo primero que se le ocurría.
Al principio sus compañeros confiaban en él sin reservas y eran tan grandes los placeres de volar que perdían el tiempo girando alrededor de las agujas de las iglesias o de cualquier otra cosa elevada que se encontraran en el camino y les gustara.
John y Michael se echaban carreras, Michael con ventaja. Recordaban con desprecio que no hacía tanto que se habían creído muy importantes por poder volar por una habitación.
No hacía tanto. ¿Pero cuánto realmente? Estaban volando por encima del mar antes de que esta idea empezara a preocupar a Wendy seriamente. A John la parecía que iban ya por su segundo mar y su tercera noche.
A veces estaba oscuro y a veces había luz y de pronto tenían mucho frío y luego demasiado calor. ¿Sentían hambre a veces realmente, o sólo lo fingían porque Peter tenía una forma tan divertida y novedosa de alimentarlos? Esta forma era perseguir pájaros que llevaran comida en el pico adecuada para los humanos y arrebatársela; entonces los pájaros los seguían y se la volvían a quitar y todos se iban persiguiendo alegremente durante millas, separándose por fin y expresándose mutuamente sus buenos deseos. Pero Wendy se percató con cierta preocupación de que Peter no parecía saber que ésta era una forma bastante rara de conseguir el pan de cada día, ni siquiera que había otras formas.
Ciertamente no fingían tener sueño, lo tenían y eso era peligroso, porque en el momento en que se dormían, empezaban a caer. Lo espantoso era que a Peter eso le parecía divertido.
-¡Allá va otra vez! -gritaba regocijado, cuando Michael caía de pronto como una piedra.
-¡Sálvalo, sálvalo! -gritaba Wendy, mirando horrorizada el cruel océano que tenían debajo. Por fin Peter se lanzaba por el aire y atrapaba a Michael justo antes de que se estrellara en el mar y lo hacía de una manera muy bonita, pero siempre esperaba hasta el último momento y parecía que era su habilidad lo que le interesaba y no salvar una vida humana. También le gustaba la variedad y lo que en un momento dado lo absorbía de pronto dejaba de atraerlo, de modo que siempre existía la posibilidad de que la próxima vez que uno cayera él lo dejara hundirse.
Él podía dormir en el aire sin caerse, por el simple método de tumbarse boca arriba y flotar, pero esto era, al menos en parte, porque era tan ligero que si uno se ponía detrás de él y soplaba iba más rápido.
-Sé más educado con él -le susurró Wendy a John, cuando estaban jugando al «Sígueme».
-Pues dile que deje de presumir -dijo John.
Cuando jugaban al Sígueme, Peter volaba pegado al agua y tocaba la cola de cada tiburón al pasar, igual que en la calle podéis seguir con el dedo una barandilla de hierro. Ellos no podían seguirlo en esto con excesivo éxito, de forma que quizás sí que fuera presumir, especialmente porque no hacía más que volverse para ver cuántas colas se le escapaban.
-Debéis ser amables con él -les inculcó Wendy a sus hermanos-. ¿Qué haríamos si nos abandonara?
-Podríamos volver -dijo Michael.
-¿Y cómo lograríamos encontrar el camino de vuelta sin él?
-Bueno, pues entonces podríamos seguir -dijo John.
-Eso es lo horrible, John. Tendríamos que seguir, porque no sabemos cómo parar.
Era cierto: Peter se había olvidado de enseñarles a parar. John dijo que si pasaba lo peor, todo lo que tenían que hacer era seguir adelante, ya que el mundo era redondo, de forma que acabarían por volver a su propia ventana.
-¿Y quién nos va a conseguir comida, John?
-Yo le saqué del pico un trocito a ese águila bastante bien, Wendy.
-Después de veinte intentos -le recordó Wendy-. Y aunque se nos llegara a dar bien la cuestión de conseguir comida, fijaos cómo nos chocamos con las nubes y otras cosas si él no está cerca para echarnos una mano.
Efectivamente, se iban chocando todo el tiempo. Ya podían volar con fuerza, aunque seguían moviendo demasiado las piernas, pero si veían una nube delante, cuanto más intentaban esquivarla, más certeramente se chocaban contra ella. Si Nana hubiera estado con ellos ya le habría puesto a Michael una venda en la frente.
Peter no estaba con ellos en ese momento y se sentían bastante desamparados allí arriba por su cuenta. Podía volar a una velocidad tan superior a la de ellos que de pronto salía disparado y se perdía de vista, para correr alguna aventura en la que ellos no participaban. Bajaba riéndose por algo divertidísimo que le había estado contando a una estrella, pero que ya había olvidado, o subía cubierto aún de escamas de sirena y sin embargo no sabía con seguridad qué había ocurrido. La verdad es que resultaba muy fastidioso para unos niños que nunca habían visto una sirena.
-Y si se olvida de ellas tan deprisa -razonaba Wendy-, ¿cómo vamos a esperar que se siga acordando de nosotros?
Efectivamente, a veces cuando regresaba no se acordaba de ellos, por lo menos no muy bien. Wendy estaba segura de ello. Veía cómo le brillaban los ojos al reconocerlos cuando estaba a punto de pararse a charlar un momento para luego seguir; en una ocasión incluso tuvo que decirle cómo se llamaba.
-Soy Wendy -dijo muy inquieta.
Él se sintió muy contrito.
-Oye, Wendy -le susurró-, siempre que veas que me olvido de ti, repite todo el rato «soy Wendy» y entonces me acordaré.
Como es lógico, aquello no era nada satisfactorio. Sin embargo, para enmendarlo les enseñó a tumbarse estirados sobre un viento fuerte que soplara en su dirección y esto supuso un cambio tan agradable que lo probaron varias veces y descubrieron que así podían dormir a salvo. Realmente habrían dormido más tiempo, pero Peter se aburría rapidamente de dormir y no tardaba en gritar con su voz de capitán:
-Aquí nos desviamos.
De modo que con algún que otro disgusto, pero en general con gran diversión, se fueron acercando al País de Nunca Jamás, y al cabo de muchas lunas llegaron allí y, lo que es más, resulta que habían estado viajando sin desviarse todo el tiempo, quizás no tanto debido a la dirección de Peter o de Campanilla como a que la isla los estaba buscando. Sólo así se pueden avistar esas mágicas orillas.
-Ahí está -dijo Peter tranquilamente.
-¿Dónde, dónde?
-Donde señalan todas las flechas.
En efecto, un millón de flechas doradas, enviadas por su amigo el sol, que quería que estuvieran seguros del camino antes de dejarlos por esa noche, indicaba a los niños dónde se hallaba la isla.
Wendy, John y Michael se pusieron de puntillas en el aire para echar su primer vistazo a la isla. Es extraño, pero todos la reconocieron al instante y mientras no los invadió el miedo la estuvieron saludando no como a algo con lo que se ha soñado mucho tiempo y por fin se ha visto, sino como a una vieja amiga con quien volvían para pasar las vacaciones.
-John, ahí está la laguna.
-Wendy, mira a las tortugas enterrando sus huevos en la arena.
-Oye, John, veo a tu flamenco de la pata rota.
-Mira, Michael, allí está tu cueva.
-John, ¿qué es eso que hay en la maleza?
-Es una loba con sus cachorros. Wendy, estoy seguro de que ése es tu lobezno.
-Ahí está mi barca, John, con los costados llenos de agujeros.
-No, no lo es. Pero si quemamos tu barca.
-Pues de todas formas lo es. Oye, John, veo el humo del campamento piel roja.
-¿Dónde? Enséñamelo y te diré por cómo se retuerce el humo si están en el sendero de la guerra.
-Allí, justo al otro lado del Río Misterioso.
-Ya lo veo. Sí, ya lo creo que están en el sendero de la guerra.
Peter estaba un poco molesto con ellos por saber tantas cosas, pero si quería hacerse el amo de la situación su triunfo estaba al caer, pues ¿no os he dicho que no tardó en invadirlos el miedo?
Llegó cuando se fueron las flechas, dejando la isla en penumbra.
Antes, en casa, el País de Nunca Jamás siempre empezaba a tener un aire un poco oscuro y amenazador a la hora de irse a la cama. Entonces surgían zonas inexploradas que se extendían, en ellas se movían sombras negras, el rugido de los animales de presa era muy distinto entonces y, sobre todo, uno perdía la seguridad de que iba a ganar. Uno se alegraba mucho de que las lamparillas estuvieran encendidas. Era incluso agradable que Nana dijera que eso de ahí no era más que la repisa de la chimenea y que el País de Nunca jamás era todo imaginación.
Por supuesto que el País de Nunca Jamás había sido una fantasía en aquellos días, pero ahora era real y no había lamparillas y cada vez estaba más oscuro y ¿dónde estaba Nana?
Habían estado volando separados unos de otros, pero ahora se apiñaron junto a Peter. El comportamiento descuidado de éste había desaparecido por fin, le brillaban los ojos, les entraba un hormigueo cada vez que tocaban su cuerpo. Ya estaban encima de la temible isla, volando tan bajo que a veces un árbol les rozaba la cara.
No se veía nada horrendo en el aire, pero su marcha se había hecho lenta y penosa, igual que si estuvieran abriéndose paso a través de unas fuerzas hostiles. A veces se quedaban inmóviles en el aire hasta que Peter los golpeaba con los puños.
-No quieren que bajemos -les explicó.
-¿Quiénes? -susurró Wendy, estremeciéndose.
Pero él no lo sabía o no lo quería decir. Campanilla había estado durmiendo en su hombro, pero ahora la despertó y le hizo ponerse en vanguardia.
De vez en cuando se paraba en el aire, escuchando atentamente con una mano en la oreja y volvía a mirar hacia abajo con los ojos tan brillantes que parecían horadar dos agujeros en la tierra. Una vez hecho esto, seguía adelante de nuevo.
Su valor casi producía espanto.
-¿Queréis correr una aventura ahora -le preguntó a John muy tranquilo-, o preferís tomar el té primero?
Wendy dijo «el té primero» apresuradamente y Michael le apretó la mano agradecido, pero John, más valiente, titubeaba.
-¿Qué clase de aventura? -preguntó con cautela.
-Tenemos un pirata dormido en la pampa justo debajo de nosotros -le dijo Peter-. Si quieres, bajamos ylo matamos.
-No lo veo -dijo John tras una larga pausa.
-Yo sí.
-Imagínate que se despierta -dijo John con la voz algo ronca.
Peter exclamó indignado:
-¡No pensarás que lo iba a matar dormido! Primero lo despertaría y luego lo mataría. Es lo que siempre hago.
-¡Caramba! ¿Y matas muchos?
-Miles.
John dijo «estupendo», pero decidió tomar el té primero. Preguntó si había muchos piratas en la isla en esos momentos y Peter dijo que nunca había visto tantos.
-¿Quién es su capitán ahora?
-Garfio -contestó Peter y se le nubló la cara al pronunciar ese odiado nombre.
-¿Jas. Garfio?1

1. Jas: abreviatura de James. Hemos seguido la tradición española de llamar al pirata Garfio, traduciendo su apellido: se podría decir que el capitán James Hook estaba predestinado a llevar un hook: ‘garfio’.

-Sí.
Entonces Michael se echó a llorar e incluso John sólo pudo hablar a trompicones, pues conocían la reputación de Garfio.
-Era el contramaestre de Barbanegra -susurró John roncamente-. Es el peor de todos ellos, el único hombre al que temía Barbacoa.
-Ése es -dijo Peter.
-¿Cómo es? ¿Es grande?
-No tanto como antes.
-¿Qué quieres decir?
-Le corté un pedazo.
-¡Tú!
-Sí, yo -dijo Peter con aspereza.
-No pretendía faltarte al respeto. -Bueno, está bien.
-Pero, oye, ¿qué trozo?
-La mano derecha.
-¿Entonces ya no puede luchar?
-¡Vaya si puede!
-¿Es zurdo?
-Tiene un garfio de hierro en vez de la mano derecha y desgarra con él.
-¡Desgarra!
-Oye, John-dijo Peter.
-Sí.
-Di «sí, señor».
-Sí, señor.
-Hay algo -continuó Peter- que cada chico que está a mis órdenes tuvo que prometer y tú también debes hacerlo. John se puso pálido.
-Es lo siguiente: si nos encontramos con Garfio en combate, me lo debes dejar a mí.
-Lo prometo -dijo John lealmente.
Por el momento se sentían menos aterrados, porque Campanilla estaba volando con ellos y con su luz podían verse los unos a los otros. Por desgracia no podía volar tan despacio como ellos y por eso tenía que ir dando vueltas y vueltas formando un círculo dentro del cual se movían como un halo. A Wendy le gustaba mucho, hasta que Peter le señaló el inconveniente.
-Me dice -dijo- que los piratas nos avistaron antes de que se pusiera oscuro y han sacado a Tom el Largo.
-¿El cañón grande?
-Sí. Y, por supuesto, deben de ver su luz y si se imaginan que estamos cerca seguro que abren fuego.
-¡Wendy!
-¡John!
-¡Michael!
-Dile que se vaya ahora mismo, Peter -exclamaron los tres al mismo tiempo, pero él se negó.
-Cree que nos hemos perdido -replicó fríamente-, y está bastante asustada. ¡No esperaréis que le diga que se vaya sola cuando tiene miedo!
El círculo de luz se rompió momentáneamente y algo le dio a Peter un pellizquito cariñoso.
-Entonces dile -rogó Wendy-, que apague la luz.
-No puede apagarla. Eso es prácticamente lo único que no pueden hacer las hadas. Se apaga sola cuando ella se duerme, igual que las estrellas.
-Entonces dile que duerma inmediatamente -casi le ordenó John.
-No puede dormir más que cuando tiene sueño. Es la única otra cosa que no pueden hacer las hadas.
-Pues me parece -gruñó John-, que son las dos únicas cosas que vale la pena hacer.
Entonces se llevó un pellizco, pero no cariñoso.
-Si al menos uno de nosotros tuviera un bolsillo -dijo Peter- la podríamos llevar con él.
Sin embargo, habían salido con tantas prisas que ninguno de los cuatro tenía un solo bolsillo.
Se le ocurrió una buena idea. ¡El sombrero de John!
Campanilla aceptaría viajar en sombrero si lo llevaban en la mano. John se hizo cargo de ello, aunque ella había tenido la esperanza de que la llevara Peten Al poco rato Wendy cogió el sombrero, porque John decía que le daba golpes en la rodilla al volar y esto, como veremos, trajo dificultades, pues a Campanilla no le gustaba nada deberle un favor a Wendy.
En la negra chistera la luz quedaba completamente oculta y siguieron volando en silencio. Era el silencio más absoluto que habían conocido jamás, roto sólo por unos lametones lejanos, que según explicó Peter lo producían los animales salvajes al beber en el vado y también por un ruido rasposo que podrían haber sido las ramas de los árboles al rozarse, pero él dijo que eran los pieles rojas que afilaban sus cuchillos.
Incluso estos ruidos acababan por apagarse. A Michael la soledad le resultaba espantosa.
-¡Ojalá se oyera algún ruido! -exclamó.
Como en respuesta a su petición, el aire fue hendido por la explosión más tremenda que había oído en su vida. Los piratas les habían disparado con Tom el Largo.
El rugido resonó por las montañas y los ecos parecían gritar salvajemente:
-¿Dónde están, dónde están, dónde están?
De esta forma tan violenta descubrió el aterrorizado trío la diferencia entre una isla inventada y la misma isla hecha realidad.
Cuando por fin los cielos volvieron a quedar en calma, John y Michael se encontraron solos en la oscuridad. John caminaba en el aire mecánicamente y Michael, sin saber cómo flotar, estaba flotando.
-¿Te han dado? -susurró John temblorosamente.
-Todavía no lo he comprobado -susurró a su vez Michael.
Ahora sabemos que ninguno fue alcanzado. Sin embargo, Peter fue arrastrado por el viento del disparo hasta alta mar, mientras que Wendy fue lanzada hacia arriba sin otra compañía que la de Campanilla.
Las cosas le habrían ido bien a Wendy si en ese momento hubiera soltado el sombrero.
No sé si la idea se le ocurrió a Campanilla de repente, o si lo había planeado por el camino, pero el caso es que inmediatamente salió del sombrero y se puso a atraer a Wendy hacia su destrucción.
Campanilla no era toda maldad: o, más bien, era toda maldad en ese momento, pero, por otro lado, a veces era toda bondad. Las hadas tienen que ser una cosa o la otra, porque al ser tan pequeñas degraciadamente sólo tienen sitio para un sentimiento por vez. No obstante, les está permitido cambiar, aunque debe ser un cambio total. Por el momento estaba celosísima de Wendy. Por supuesto, Wendy no entendía lo que le decía con su precioso tintineo y estoy convencido de que parte eran palabrotas, pero sonaba agradable y volaba hacia adelante y hacia atrás, queriendo decir claramente: «Sígueme y todo saldrá bien.»
¿Qué otra cosa podía hacer la pobre Wendy? Llamó a Peter, a John y a Michael y lo único que obtuvo como respuesta fueron ecos burlones. Aún no sabía que Campanilla la odiaba con el odio feroz de una auténtica mujer. Y por eso, aturdida y volando ahora a trompicones, siguió a Campanilla hacia su perdición.


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